miércoles, 29 de febrero de 2012

La Enseña de Las Tres Ranas. ¡A alguien se le cayó una idea!

Queridxs platenses, nos preguntamos hace tiempo si tenemos en la ciudad un problema de termostato o los dueños de resto-bares son ajenos al efecto invernadero… en fin, la cosa es que llega el verano y las cervezas se calientan, no sólo porque jamás están lo suficientemente frías sino porque a los platenses les resulta una afrenta a la elegancia, un derroche de dinero, un sentimiento de rivalidad no superado con nuestros hermanos brasileños… en fin… vaya a saber uno por qué, pero a nadie se le ocurre que existen en el mundo unos termos de todo tipo y color que mantienen la bebida fría. Hasta que una calurosa noche de verano nos descubrimos cenando en La Enseña de las Tres Ranas con buena comida, buena atención y… ¡los termos para mantener fría la cerveza!!! A decir verdad, justo en esa oportunidad, compartiendo una mesa grande con nuestrxs encantadores amigxs, no hizo falta mantener fría la cerveza, pues los cadáveres volaban a lo loco… pero quién nos quita lo encontrado, Pipí-Lulú compró ahí mismo un termo a la espera de cualquier oportunidad. Porque cuando hay voluntad… Pipí-Lulú vuelve.






PD1: Los termos se venden en el restaurante por la módica suma de $20 (aunque se los puede conseguir más baratos en algún semáforo).
PD2: Si fuera una inversión muy descabellada o una atención excesiva —para los tibios consumidores platenses que no suelen reclamar sus derechos— se puede reemplazar la provisión de termos de tergopol por el balde que se usa para el champagne con hielo (lo que en términos glam se diría frapera), pero para la cerveza, o lo que os plazca, reclamen amigxs, ¡exijan! que cuando hay voluntad siempre surge una buena idea para sobrellevar el verano.

lunes, 6 de febrero de 2012

La vida te da sorpresas... y te lleva a la Trattoría

Antes de comenzar a escribir este post quisiéramos aclarar algo: la naturaleza humana es parcial y vacila según sus instintos biológicos más profundos (sí, “naturaleza humana”, nos hemos vuelto escencialistas y biologicistas). Uno razona y se convence de qué cosas le harían mejor al mundo: que cada región te pueda cautivar con nuevos platos, que cada cocinero haga lo propio y con alegría, que la riqueza culinaria de las ciudades resida en la diversidad de su gente creativa, que los lugares que visitamos nos estimulen y sorprendan con nuevos sabores y que bla bla bla. Porque no somos lo que pensamos, hay días de verano en los que uno se ve obligado a caminar por el centro de La Plata, haciendo mandados que llevan tiempo y cansancio, el dinero en efectivo se va gastando de a puchitos hasta que la billetera queda vacía. En esos momentos, en los que volver a casa caminando implica 20 cuadras más bajo el sol y nos espera una heladera vacía, cuando en el bolso sólo queda una tarjeta de débito o crédito, los instintos salvajes de nuestra biología se activan y el mundo se nos presenta bajo la simple ecuación de: caminar lo menos posible, comer rápido y abundante, sin esperar. Uno de estos casos extremos nos puede llevar a un McDonalds, pero bajo condiciones más benévolas podemos ir a parar a La Trattoría, o a cualquiera de los restaurantes-cadena-platenses. A La Trattoría le tenemos más cariño porque nos vio crecer y nosotros la hemos visto en todas sus facetas, desde su versión comida rápida a su tendencia más hacia el asado gourmet; hemos ido a comer con todos los novios de la adolescencia y con los amigos pasamos allí desayunos y veladas. Y sí, lo clásico, cliché, repetido, en cadena perpueta nos atrae y, lo mejor de todo, nos deja satisfechos. Menú del día: Pollito a la plancha, con ensalada y puré de calabaza, café y bebida inlcuído, todo muy bien servido, en su punto, buena atención, WI-Fi que se agradece cuando uno come solo y no lleva un libro en la mochila, la moza extremadamente simpática, pancitos deliciosos y esos bancos grandes de madera para desparramarse entre los paquetes de mandados recién hechos y la mochila sobrecargada. El precio muy razonable y el aire acondicionado a la temperatura justa para recargar energías y encarar la rutina de la tarde. En fin, una grata sorpresa.